Juanito y Benito
En una rama del pequeño arbusto de la tan conocida flor de chocolate, estaba mamá iguana descansando de su largo día de trabajo. Durante un buen rato estuvo durmiendo en medio de una larga siesta encima de un montón de pequeños huevos, pero cuando se levantó su apetito aumentó. Comió y comió, hoja tras hoja de su pequeño arbusto y mientras seguía cenando una tras otra, se daba cuenta de que a su lado aparecía un nuevo bebe iguana después de otro.
Ese día mamá iguana comió tantas hojas que tuvo en total treinta y cinco bebés iguana, algunos muy verdes, otros más oscuros, incluso unos más delgados y gordos que otros, también los más largos. Al pasar los días, las pequeñas iguanas salían de su hogar para aprender a buscar su propio alimento, lastimosamente tenían que pasar largas zonas de concreto o cemento para llegar a pequeñas plantaciones con pasto y hierbas secas.
—Mama iguana, mama iguana, mira que vamos casi arrastrándonos.—le decían sus hijos cada vez que se infiltraron en el camino, por entre los árboles o hacia las zonas verdes secas.
—Ojo mis niños, cuidado con los animales más grandes. —les decía despacio.—Y no olviden cuidar muy bien sus débiles colas hasta que sean más fuertes que una piedra.
—Vamos ya, vamos ya, vamos con cuerpo de reptil y patas de rana.—de esta manera cantaba la enorme guardería de mamá iguana, tanto de ida como de regreso, aumentaba la emoción, contagiados por sus primeros días en la tierra. Durante los siguientes días lograron almacenar un poco de las hojas que habían comido, pero necesitaban encontrar agua en medio de aquel mundo de concreto. Fue demorado, pero llego el día de la lluvia, ese día las bebes iguanas saltaban de alegría, con sus colas de aquí para allá, brincaba de emoción, bebían del agua más dulce que nunca había probado y evitaban mucho a los humanos, incluidos los ruidos que les provocaba mucho terror, lo cual se podía observar cuando esto les provocaba parálisis en todo su cuerpo, como pasaba con la mayoría de reptiles al verse amenazados.
…
Los pequeños momentos que pasaban en los jardines secos por el sol, una plaga que no atendieron o por el exceso de excrementos que jamás limpiaban, la pasaban muy felices, sobre todo cuando encontraban hojas frescas o pedazos de frutas que los humanos desechaban cuando ya no les servían. Sin embargo, fue precisamente un lunes cuando comenzaron a ser acechados por un felino muy grande y fuerte, era de color pardo por arriba y blanco en la parte inferior de su cuerpo, sus ojos eran amarillos y tenía cara de búho, su cola delgada, pero con un aspecto dormilón y a la vez de caza.
Esperó, esperó y esperó. El gato tenía ya en su lengua a todos los que quería atrapar, lo que no se esperaba era que al momento de atacar, la madre llegaría con su gran cola para defender a sus hijos, en medio de aquel alboroto que ningún humano noto, el felino logró atrapar a uno de los más pequeños. Al tenerlo entre sus dientes se fue rápidamente corriendo, lejos de la madre iguana, quien desesperadamente intentaba defender y calmar a todos sus hijitos a la vez. Tom el gato, atravesó el porche de su hogar con rapidez, no quería que nadie le quitará su presa, pero cuando ingresó y pasó por la sala, se escucharon los terribles gritos de una mujer de edad mayor.
—Ay no Tom.—le suplicaba casi llorando.—Suelta a ese pobrecito, suéltalo ahora.—la mujer sin pensarlo, rodeo al gato, lo tomó de la cara y le saco al bebe iguana de la boca. Por suerte no había sufrido daño alguno. —Pobre iguanita, ya estas a salvo.—le decía la mujer, lo abrazaba contra su pecho e intentaba darle amor. Después llego el niño, más conocido como Manu, el hijo de doña Rosa. Al ver a aquella criatura más conocida como iguana, se quedó sorprendido.
—Es tan verde y pequeño.—le decía a su madre, cuando ella lo colocó en la mesa de madera que tenían por comedor y le dio algunos pedacitos de vegetales y fruta que el pobre consumía sin comprender nada de lo que sucedió.—He leído en algunos libros que antes se criaban y después vendían sus huevos, incluso a ellas.
—Eso era antes hijo mío, ahora eso no se hace.—le reprendió ella.—Debemos darles amor a todos los animales que llegan a casa.
—Quieres decir que puedo quedármelo.
—Yo una vez tuve una y creció un montón.—luego suspiró la mujer mientras colocaba las ollas del almuerzo.
—Pero cuando creció, también su cola aumentó, tanto que golpeaba muy duro cuando se enojaba.
—Y que sucedió?.
—Un día una mujer le gritó muy fuerte y la pobre se alarmó tanto que lanzó latigazos a todos, incluidos a mí.—de repente se puso muy triste.—Y como era tan pequeña, no pude evitar que fuera lejos, tal vez a vivir en un árbol o en un arbusto muy grande.
—Voy a criarlo mami, no te preocupes.—le dijo con orgullo.—Se llamará Juanito, voy a darle mucho amor y crecerá tanto que me defenderá de todos.-y así fue, logro conseguir una pequeña jaulita en donde medio le acomodo una camisa vieja en forma de cama y al otro lado colocó dos tapas redondas, una con comida y otra con agua. En medio de aquel encierro Juanito estuvo durante un largo tiempo muy quieto, incluso sentía que se le cortaba la respiración al verse en aquel lugar tan encerrado, se preguntaba en dónde estaban su madre y sus hermanos, incluso llegó a pensar en el gato que lo había cazado. Tenía en su boca aún un pedazo de lechosa que le habían imputado, no tuvo de otra de comérselo. Cuando sintió que ya no había nadie, se trepó rápidamente por las paredes de la jaula para encontrarse con una tabla en la superficie.
—Estoy atrapado.—pensaba y pensaba.—Pero eso no será por mucho tiempo, cuando se descuiden en cualquier momento me escapó y… —volvió a pensar.—Los gatos pueden casarse y esta vez no correré con mucha suerte. La desesperación lo agobiaba, pero no perdía la esperanza de regresar con su familia.
—Eres tan hermoso bebe iguana.—le decía el niño Manu mientras acariciaba su jaula.—Yo te cuidaré y te daré de comer todos los días.—para cuando terminó de ponerse su pijama el niño, ya se vio sumergido en la oscuridad el pobre Juanito. Esa fue una noche muy fría, tenía miedo y mucho terror, quería escapar, pero no podía, tenía demasiado temor. Sin embargo, en un momento de la eterna noche, el sueño lo invadió y cayó dormido en el trapo viejo. Para cuando salieron los primeros rayos, el bebe iguana ya estaba despierto. Lo primero que hizo el niño al levantarse fue ir a la cocina con la jaulita para sacarle el reguero que había hecho el lagartijo verdoso. Pero al abrir la jaula, Juanito salió corriendo, esto lo espanto pues los gatos estaban acechando, rápidamente el niño lo tomó con sus manos, sintió curiosidad y temor, puesto que jamás había sentido aquella piel tan respingona, plana y a la vez rugosa pero elástica. Por suerte, ese día le sirvió al niño como a la iguana para tomar confianza entre ellos, puesto que al tener unas largas, ellas trepan por donde les plazca.
—No te entusiasmes niño tonto.—dijo Juanito mientras que llegaba a su hombro para acercarse a su oído.—Me iré en cuanto pueda.—lastimosamente, lo que el bebe iguana no vio venir, fue que era muy pequeño, estaba más lejos que nunca de su familia y rodeado de peligros. Así fue como los días pasaron, un día le embutió banano, el cual degustaba mucho con agrado, ya que le gustaba demasiado, al otro era lechuga, luego fresas, después lechosa, incluso el agua. Aunque durante tres días intento no comer, puesto que tenía mucho acumulado, cuando lo dejaban solo, devoraba todo lo que le dejaban en el plato.
—Que bonita iguanita, deberíamos llevarla al bosque con el que linda el condominio.—dijo la tía de Manu, cuando vinieron de visita.—Ellas deben estar en los árboles pequeños, con sus hermanos, para que puedan crecer, si no, lastimosamente se quedarán del mismo tamaño.
—Pero yo le doy todo lo que necesita.—le dijo con mucha tristeza al pensar que le quitarían a su mejor amigo, su hijo, incluso su hermano era ahora esa iguanita para él.
—Si, pero es su naturaleza mijo, por más que le des muchas cosas, jamás podrás hacer que no prefieran su libertad.—contestó al fin la tía. Juanito se sorprendió al ver a aquella mujer, pero solo se trepó de nuevo, mientras que sus ojos se cerraban con el correr del viento.
…
Una noche de esas bien heladas, Manu arropo muy bien al bebe iguana, incluso le cubrió la cola, después le acaricio la cabeza y comenzó a cantarle algunas de las canciones que le enseñaban en la escuela. A veces el niño pensaba mucho en lo que le decían, pero no quería dejarlo, no podía, el mundo era muy peligroso y él solamente quería proteger a Juanito de una muerte segura, además si su mamá pudo criar una iguana hasta grande, de seguro él podría. Al día siguiente, estaba dándole de nuevo banano al lagarto, cada vez se veía más verde claro y su barriguita se destellaba más robusta, pero por más que él quería, se negaba a comer lo que le ofrecía.
—Lleva otro, quitárselo de la boca.—gritó su madre Rosa cuando vio que la gata Blanca llevaba en su boca otro bebe iguana. Esta vez Manu vio como la gata pasó por detrás de él y se escondió en el gabinete, después por los gritos dejó tirada al bebe iguana en la escalera, pero por el miedo él se ocultó en una mesita cerca al comedor. Su mamá lo atrapó rápido y lo llevó de nuevo al pecho, pero al mirar su colita se dio cuenta de que esta estaba rota.
—Esos gatos son muy malos ma Rosa.—le decía mientras se acercaba a la señora.—Mira que invadir a los pobres y traerlos así como si fueran comida.
—Pero mira, este es mucho más grande Manu, de seguro hay una camada de bebés por allí.—manifestó la mujer algo alterada, seguía aún acariciándolo e intentando calmarlo para que pudieran ofrecerle algo de comer. Estuvo un rato así, después el niño le acercó un vasito con agua, por suerte se acordó de que Juanito estaba en su hombro, pero de repente al moverse tanto salto al comedor, aunque Manu intentó atraparlo, este quedo cerca al otro bebe iguana, a quien no recordaba, puesto que había pasado mucho tiempo.
—Mira ma Rosa, se conocen.—de repente se quedó pensando un buen rato en lo que veía, eran como la pareja de dos chiflados, incluso perfectamente Don Quijote y Sancho Panza, es que era innegable que esos dos fueran todo lo que nadie imaginaba.—Benito ma, quiero que se llame así.
—Juanito y Benito mi pequeño, que originalidad.—la mujer sonrió mientras que seguía dándole de comer al otro.—Ah vaya, pero mira, no quiere recibirme ni un bocado.—miró con tristeza.—Si este no recibe nada, no creo que dure mi pequeño.
—Yo haré que coma más, de seguro que el banano será su debilidad o cuando esté solo.—sugirió algo nervioso. Cuando ya las bebes iguanas tomaron confianza las dejaron en la jaulita a las dos, para qué convivieran y se relacionarán, lastimosamente Benito ocupaba casi el doble con su cola partida, eso le partía mucho el corazón, ya que únicamente quedaba esperar. Aunque a Manu le aliviaba saber que ahora sus bebés iguanas ya no estarían tan solitos, pero por más que los arropaba, les daba amor, comida y todo, aun así al quitarle la tapa a la jaula, seguían con ansias de salir corriendo.
—No estamos seguros aquí amigo Benito.—le decía Juanito cuando se encontraban en la oscuridad.—No se puede confiar en ellos, entiendes.
—Eso creo.—le dijo tartamudeando. Al parecer el chiquillo estaba aún asustado o quizás era así de nacimiento.
—Mira nuestro cielo, es de color marrón y no azul como lo era cuando estábamos afuera.—repetía.—Y mira nuestro mundo ahora son estas paredes de metal con agujeros por todas partes.
—Extraño a nuestra madre y hermanos.—dejó salir con un poco de lamentación.—Quisiera salir de nuevo al mundo, a nuestro hogar, ya no me siento como antes, ahora estoy más alerta.
—Así se habla mi querido hermano.—mencionó Juanito mientras que se acomodaba al lado de su hermano.
—Pero debemos ser ágiles, sobre todo por los gatos, sin embargo no debemos bajar la guardia y… —hizo un largo bostezo que lo llevó después a entrecerrar los ojos y seguir hablando casi dormido.—Recuerda siempre aprovechar cualquier ventaja para escapar.
…
El sol regaló sus primeros destellos al mundo, de inmediato las iguanas se despertaron de su largo sueño, en cambio Manu se demoró un poco más en levantarse. En ese lapso de tiempo perdido, ya los bebés iguanas habían desordenado toda su pequeña habitación, incluso ya estaba regada el agua, esparcidos los trozos de lechuga y fresas, además el trapo en el que dormían estaba mojado y esparcido por toda la jaula. Los siguientes días fueron lo mismo, el niño debía levantarse temprano a limpiar la jaula e intentar darles de comer mientras que Juanito y Benito intentaban saltar o escaparse.
—Por aquí Juanito, mira que salta, que salta, el gato ataca.—le gritaba a su hermano cuando veía un gato para que se regresaran.
—Por allá Benito, mire que corre, que corre, otro gato ataca.—volvió a gritarle el bebe iguana para que se fueran al otro lado.
De esta manera pasaron las semanas, los meses y un año. De vez en cuando el niño Manu los dejaba afuera solos para que el sol los refrescara, puesto que amaban asolearse, sin embargo cuando intentaban arrastrarse con sus patas de rana, pero siempre fracasaban pues eran atrapados. Pero con el tiempo todo comenzó a empeorar, ya que la familia de Manu se fue de vacaciones a la cabaña de un tío de él que vivía en una vereda, cerca a un río en donde se creaban huevos de iguana y había muchas grandes, esto lo emocionó tanto que tuvo que pedirle permiso a su madre para ir, al final doña Rosa aceptó cuidar a Juanito y Benito, pero no prometía nada, pues eran muy escurridizos.
…
Durante el recorrido, Manu estaba muy emocionado por llegar a casa de su tío Leonidas, decían muchas cosas de él, sobre todo que se ganaba la vida como comerciante de frutas, verduras y demás legumbres que cultivaba en sus tierras. Al llegar el tío de ojos oscuros y piel morena los recibió muy bien, pero tuvo que compartir habitación con uno de sus primos, lo bueno de aquellos días era la corriente de agua que llevaba la pequeña quebrada que corría más abajo de la casa del tío, en donde se encontraron con varias iguanas muy grandes. Cuando vio que su primo les lanzaba piedras, se alarmó.
—Aléjate de ellas primo, son muy grandes.—le advirtió, pero él seguía de necio tirándoles piedras, hasta que varias se subieron a los árboles. Se movían como serpientes, eso los asustó, tanto, que decidieron irse a almorzar. Después de la siesta de la tarde, se pudieron a investigar la casa, de repente a Manu le entró curiosidad por investigar el último cuarto de la casa al fondo. Lastimosamente, su expresión cambió a susto cuando se encontró con tres iguanas colgadas a una vara, estaban muertas y abiertas. Fue tan intenso aquel momento, que los niños terminaron corriendo, llorando y temblando.
—¡Hermano!.—le gritó la madre de su primo, Graciela. —Te dije que si seguías con eso de matar a esas pobres criaturas para venderlas, no volveríamos a visitarte.
—Lo sé mija, pero es que las compran a buen precio. —respondió como excusa.—Debe entenderse.
—Entiendo que las crie y venda los huevos.—habló la mujer con el tono más elevado.—Pero no admito esta barbaridad, es inhumana y muy desagradable, además los niños no tienen por qué ver eso.
—Pero Graciela, esta es mi casa y…
—Ya lo sé, por eso nos vamos, es lo mejor.—le advirtió. —Solo te pido que tengas cuidado, esto ahora es ilegal, piensa en lo que te digo.—después de la despedida, decidieron que regresan a visitar a su tío solo un día y se regresaron ese mismo para no alterar las relaciones, además, era momento de regresar a casa. Manu le contó a su madre, quien dijo lo mismo que su tía, así que decidió no pensar más en lo mismo, siguió criando a sus bebés iguanas con cariño y amor.
…
De nuevo volvía a la rutina de las semanas anteriores, cambiarles la comida y el agua, estaba muy agotado, ya que debía hacer deberes en casa y estar pendiente de los bebés. De repente ocurrió algo afuera, al parecer un carro había chocado con una pared, todos salieron corriendo, inclusive Manu, cuando salieron, todos estaban allí, mientras que los dueños llamaban a las autoridades competentes, todos los vecinos se reunían alrededor para mirar.
—Mira Juanito, corre, que corre, aquí está nuestra oportunidad.—le gritó Benito a su hermano, él salió rápido y se tiró.
—Cuidado Benito, los gatos, los gatos, te van a comer los gatos.—le gritaba Juanito trepado en la jaula.
—Salta hermanito, es nuestra, es nuestra, cantan las iguanas, cantan alegres y mueven sus colas mientras que bailan y bailan y luego… —para entonces la gata de colores negro que lo acechaba, lo cazo con sus dientes bien afilados.
—Benito, no mi hermano, lloran ahora las iguanas, lloran mucho, el dolor me invade hermano.—Juanito sin poder hacer nada dejó caer una gran lágrima de tristeza y mucho sufrimiento.
Cuando pasó un poco aquella alarma, el ingreso a casa rápido, ya que se acordó que dejó a sus iguanas solas, pero al cruzar a la cocina, se encontró con una de las gatas negras con Benito en su boca. El niño intentó quitarla, pero el dolor lo invadió, al ver que la gata salió corriendo con su bebe, se echó al suelo a gritar, llorar, patalear y lamentarse, al oír aquello, Rosa se desesperó, salió corriendo a ver a su hijo, cuando lo vio él le gritó con rabia.
—Lo tiene mamá, quitáselo, quitáselo.—decía entrecortado con lágrimas, rojo y casi a punto de desmayarse.—La gata negra tiene a Benito.—el niño seguía lloriqueando, para cuando la madre atrapó a la gata y le quitó al bebe iguana, ya era muy tarde, era demasiado tarde.
—Ya se fue mi amor, mejor dale comida al otro.
—Soy un tonto, como pude dejar la jaula destapada.— se lamentaba cuando vio a Juanito allí, de nuevo solito. Le echo comida y agua, pero ninguno de los dos volvió a ser los mismos. Para cuando pasó una semana después de lo sucedido, su tía volvió a casa.
—Tía, yo quiero pedirte un favor.—le dijo acercándose lentamente, puesto que tenía un nudo de palabras tristes y difíciles.—Quiero que te lleves a Juanito con las demás iguanas del bosque, sé que allí estará mejor.
—Así fue, dicho y hecho, esa tarde, Manu no se despegó de él, le daba besos, lágrimas y abrazos.
—Ay Juanito, cuánto te quiero, pero debo dejarte ir.— le seguía diciendo.—Sabes que te quiero mucho, mucho y sé que serás feliz con tus otros hermanos.
—Muchacho bueno, te mereces todo el amor y felicidad. —mencionó la iguana.—Benito y yo también te amamos mucho, adiós, padre querido.—Esta tarde se lo llevaron envuelto en una pequeña sabana, Manu jamás volvió a saber nada de él, hasta que meses después los gatos corretearon a otra iguana más grande, pero esa misma tarde les pidió a sus tíos que se la llevaran con las demás.
—Dile a Juanito que lo extraño mucho, querida amiga, dile que le quiero.—Las dos iguanas al encontrarse en el árbol en el que vivían, se reunieron y junto a las demás hicieron fiesta, bailaron, corrieron, saltaron, cazaban, comían hierbas y frutas frescas del bosque. Después de aquel día el mundo del hombre como el de las iguanas conoció la historia y el mensaje de Juanito, Benito y Manu, el futuro domador, amigo y protector de las iguanas de su país.
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FIN
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Nota de la autora:
Hola a todos, gracias por continuar leyendo mis escritos, espero que los estén disfrutando. Tengo algunas redes sociales relacionadas con la lectura, aquí encuentran reseñas, información sobre libros, novelas, películas, series, relatos y avisos sobre mis nuevos escritos (en la descripción están los enlaces directos).
Espero que comenten que les parece la historia, le den amor y si tienen preguntas estaré atenta para responderlas.
Disfruta de la lectura en mi universo de letras.
Y.J. Riveros.
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