La genética inmortal

Los primeros días de junio fueron muy calurosos, todavía seguía pensando en la estrecha posibilidad de entablar una conversación, sobre una obra macabra con una de las mujeres más rudas de pleno siglo XXI. Mi papel como periodista, estuvo siempre cercano a la autodestrucción de mi propio bienestar, pero debía conseguir esta historia, por mi trabajo y el periódico. Cuando logre parquear el carro en frente del Centro Penitenciario de Ciencia, me entró un escalofrío que paso rápido con los primeros rayos candentes de sol, me quite las gafas y me prepare para la inspección.

 

Por suerte era un hombre, pero aun así, era algo desagradable pasar por tales procesos solamente para hablar con la obra mayor o más conocida como “La científica sanguinaria”. Fue un caso que repercutió y sigue dejando marca en todo el país, y al que todos los periodistas eran atraídos como abejas para sacarle todo el jugo al escalofriante relato.


—Abra bien las piernas, hombre.—le decía uno de los guardias a los que iban al frente.—Muestre lo que lleva ahí… estire los brazos… —ellos pasaban sus manos por todas partes del cuerpo, no había una que no registraron con sus inspecciones dedos. No quería pasar por eso, así que lo mejor que pude hacer, fue sacar mi identificación.

 

—Soy periodista… trabajo en el periódico Atlántico.—agregué, para mejorar la situación.—Vengo a entrevistar a una presa.

 

—Si claro, solamente esperemos que los periodistas tampoco se vuelvan asesinos.—dijo a modo de broma, dándole el pase de registro.—Este mundo está muy loco, ¿no cree?.

 

—¿O estamos muy locos como para vivir en este mundo?.—pregunte con curiosidad para bajar la tensión del momento. Él asintió y se rio, después me indico por donde ir, abrí la reja oxidada para proseguir por unos pasillos grises, iluminados por la baja luz en neón e ir al despacho de la trabajadora social.


—Buenos días…

 

—¿Es usted el que viene a hablar con Manuela?.—era una mujer muy alta, de cabello tinturado de rojo, ojos cafés y una seriedad que se notaba en su ropa semi formal. Lo inspeccionó con la mirada y volvió a leer los papeles.

 

—Sí, vengo a hablar… —mala palabra sí que dije.—Digo a entrevistar a la presa Manuela.

 

—Ya veo, una de las mayores.—estaba algo agitada, ya que iba de un lado a otro llevando y trayendo papeles.—Han venido muchos a entrevistarla y a ella no le han gustado las columnas. —eso me desanimo un poco, puesto que sería difícil entrar en confianza para recolectar buena información, de modo que solamente me quede escuchando y no demostré nada de emoción.

 

—Entiendo, solo espero…

 

—Solamente debe saber que tiene tres horas con ella.—dijo llevando papeles aquí y allá.— Ni más, ni menos.—así terminó su extraña y corta conversación.

 

Fui conducido rápidamente al patio, en donde estaba todo solitario, simplemente se encontraba allí una mujer de estatura promedio, cabello negro y muy liso, ojos oscuros, algo delgada y con una bata de laboratorio con un pantalón marrón. Y allí estaba, sentada, mascando chicle, mirando al horizonte con rabia, tal vez odio, yo me acerque, pero cuando me di cuenta, estaba completamente solo con aquella a la que llamaban La científica descuartizadora. En un momento comenzó a comerse las unas, de seguro las sentía exquisitas, deliciosas o quizás solamente estaba aburrida.

 

—Mucho gusto en conocerla Manuela.—ella solamente me medio observó y después desvió la mirada hacia otra parte, como ignorando y detestando las adulaciones. Comencé a temblar un poco, pero después pude sentarme rápido en la mesa reservada para juegos.

—Mi nombre… es Constanza, pero muchos me dicen Cortalijas.—dijo mirándome de reojo, tenía ojeras enormes, parecía enferma, cansada y muy perturbada. Al sacar mi agenda puso en blanco los ojos.—No me diga, viene a lo mismo que todos, publicar la misma repetida historia… “La científica loca”… “La maníaca que desafió la muerte”… “La asesina científica”… “La descuartizadora y creadora de máquinas”… siempre lo mismo.

 

—¿Así que ya no se llama Manuela?.

 

—Ese era mi anterior nombre, ahora, incluso como ve, debo permanecer casi muerta para pasar desapercibida.—se reía para sí misma.—Encerrada en una cámara blanca con nada más que periódicos y libros… aburrido.—había conocido a muchos médicos, científicos y demás, pero jamás a una que le aburrieron los textos.—Ya sabe, siempre lo mismo, me los sé hasta de memoria. —se encorvó un poco y se acercó.—Creen que soy bruta, pero de eso nada.

 

—Yo no lo pienso. Toda gran creación conlleva sacrificios.—resolví mencionar.

 

—Estúpidos los que suponen que un médico o científico jamás se ha llenado las manos de sangre. —dijo meneando la cabeza.—Mire estas manos, ¿no cree que nunca manipularon las partes de un cuerpo?.—eso era posible, y más, porque una vez leí a Foucault hablar sobre el arte, en la teoría que contiene un afán constante de vencerse a sí misma para acercarse a una comprensión vitalista del bios, extraída de Nietzsche, culminada en el cinismo. Esta propuesta da respuestas útiles a las teorías contemporáneas del arte, incluidas la práctica conceptual y el situacionismo, y en combinación con las teorías posteriores de Foucault sobre la subjetivación, da impulso a las prácticas artísticas contemporáneas comprometidas en las luchas biopolíticas.

 

—Consideremos como un acto que depende de los medios.—dijo pensando en los nigromantes, además que no se puede conocer bien la muerte, hasta examinar hasta las vísceras de los muertos, para la invocación de espíritus, requiriendo, según sea el caso, contacto con sus cadáveres o posesiones en vida.


—No soy nigromante.—me refuto.

 

—Tal vez, pero necesitabas de… bueno… lo requerido para estudiar la muerte y poder haber construido un cuerpo robótico…

 

—Fue más que un experimento.—exclamó algo triste, en ese instante su mirada se perdió en el horizonte más lejano.—Era mi hijo.

 

Lo poco que todos sabían del caso de la científica que desafío a la muerte a través de la robótica, era eso específicamente. El primer robot ya hace años que había sido construido, pero la creación de una máquina que tuviera las mismas características y personalidad de alguien muerto era lo más inhumano, pero al mismo tiempo, innovador, revolucionario y transformador. Era, sin embargo, sorprendente. Una vez la biopolítica fue solo un concepto introducido por Foucault para describir las transformaciones de las formas de gobierno modernas, caracterizadas por el despliegue de todo un conjunto de tecnologías, prácticas, estrategias y racionalidades políticas que tienen como objetivo el gobierno de la vida, pero ahora lo desconocido era más real que nunca.

 

—En un principio, nadie habló de las miles de posibilidades que existían, ya que todo fue siempre mera ficción. Y aun así, ahí estaba yo, siendo nadie para después serlo todo, solamente para volver a ser nada, ahora era simplemente la hija del aire. Desde muy joven, me interesaban los cuerpos, en mis inicios fueron los insectos, me encantaba coleccionarlos en una caja de madera que mi padre me regalo la última vez que vino de visita, él era sepulturero, de quien aprendí mucho, estuvo un tiempo en el ejército, pero regresó a seguir con su oficio, del que aprendí mucho sobre la preparación y descomposición.—le contó durante la entrevista, la misteriosa mujer que había por fin establecido un vínculo dialógico conmigo.


—Ver sangre, carne, huesos y cuerpos nos hace vernos como realmente terminaremos siendo.—le confesé para contribuir a su relato.

 

—Así supongo que usted lo considera… viejo.—confesó mirándolo de reojo, por alguna razón, su mirada siempre se perdía.—Mi madre era enfermera, trabajaba más que todo con muertos, era la única valiente que se atrevía a permanecer casi todo el día en la morgue del Hospital Laureano Carvajal Mayor, limpiando los cuerpos recién fallecidos. Su oficio no era tan bien pagado que digamos, pero era el más rentable, ya que pocos se atrevían a trabajar inspeccionando o registrando a seres humanos recién fallecidos. Así fue toda mi vida.

—¿Qué fue lo que la llevó a convertirse en científica?.—pregunte decididamente.

 

Lo pensó durante un buen momento, meditando demasiado lo que había sucedido durante todo ese tiempo.

 

—El miedo de no estar rodeada por seres muertos y no poder cumplir mis más poderosas creaciones para el mundo.—confesó sin decir nada más.—Mire, voy a contarle todo lo sucedido a mi manera.—me comento, como si, de una aventura en el campamento escolar se tratará. —No me gusta que me interrumpan, así que, nada de preguntas por ahora.

 

—Así será, estoy preparado para escucharla.—deje el miedo y coloque el aparato de grabación en la mesa, ella lo miró con desagrado, pero volvió a perderse en otra parte, al parecer, no le gustaba tener contacto visual.

 

—Todos creen que soy una bruta solo por ser una asesina, pero se equivocan. La primera vez que vi un cuerpo humano fue en una pintura, más conocida como el Hombre de Vitruvio, o estudio de las proporciones ideales del cuerpo humano, el famoso dibujo acompañado de notas anatómicas de Leonardo da Vinci, realizado alrededor de 1490 en uno de sus diarios. Aunque también en libros y diccionarios de biología. Desde entonces me interesó mucho inspeccionar más sobre el misterio de los seres muertos, tanto que coleccionaba en mi caja de madera insectos muertos, incluso yo misma los aplastaba con mis manos, solamente para estudiar su contenido. Como cuando recibes un regalo y quieres saber con ansias lo que tanto guarda, bueno, para mí, la sangre era un anuncio de la naturaleza, con el que me avisaba cuando salía del cuerpo, algún cambio y eso significaba, entonces, que era mi momento de actuar.

«Cuando estaba en la etapa de la adolescencia todos me llamaban “la niña rara”, otros “la peculiar”, “la sanguinaria”, “la nigromante”… bueno, el caso fue que no me interesó nunca lo que otros decían sobre mí, a no ser que hablaran sobre el triunfo de alguno de mis experimentos, en este caso el fracaso más triunfante. No quiero aburrirte con el típico caso de la niña genio o curiosa a la que sus amigos de adolescencia y juventud hacían bullying, así que vamos al grano.

 

«Al ingresar a la universidad, comenzó mi verdadera laboriosidad como inspectora de cadáveres, mi madre no estuvo de acuerdo con que estudiara para ser médica forense, pero quería hacerlo con toda mi alma. No me veía rodeada de otra cosa que no fueran partes de cuerpos inertes que tocar, con los que experimentar e incluso pasar un buen rato. Al ingresar a la universidad tuve que volver a cubrirse con un caparazón para que dejaran de fastidiarme, no sabe cuánto los odiaba. Pero bueno, ese no era el caso, los muchachos inmaduros eran detestables, pero todo era reconfortado por el laboratorio, en donde hice mi primera clonación.—y vaya que me sorprendí cuando menciono un dato del que nadie había hablado por falta de pruebas contundentes.

 

«Por supuesto, con animales, algunos eran ratones, después con gatos y perros, quienes igual seguían con sus vidas, sin colocar demandas porque sus hijos se parecieran. Escuche, durante tantos años, hablar sobre artistas como Carsten Holler, quien en sus obras demostraba lo insólito e innovador de la visión invertida en el entorno. Con la persona en toda su reencarnación, el teatro de orgías y misterios, hay esta Santiago Sierra, artista contemporáneo que instaló la performance y fotografía, para expresar lo perverso de la mano con la crítica social. Estas, no solamente fueron obras, no señor, fueron radicales bombas atómicas que acabaron con el control de los parámetros impuestos por los mismos superiores, ya sabe, los políticos y los dogmas religiosos. Todavía sigo preguntándome, ¿qué tenían de malo aquellas obras artísticas que solo eran eso?, expresiones que comunicaban, lo que para muchos resulta incómodo.

 

—Como la violencia.—le respondí.—Pienso, que entiendo a su yo joven.—agregue y apunte muchos datos importantes en mi agenda.—Günter Brus también…

 

—Auto-pintura, 1965.—resultó respondiendo, fue en todo aquel relato que comprendí su inmensa experiencia e inteligencia para poder haber cometido la atrocidad que hizo.—Mostraba en sus obras el diseño de la autoflagelación, era solamente un actor, pero lograba representar aquello que vinculaba al arte y a la vida, ya sabe, el sufrimiento, la angustia y la impotencia.—manifestó mirándolo muy seria.—Un juego mental que hace un llamado a la sociedad, cuando no se acepta lo que no es real.

 

—Pero si es real, tiene sus consecuencias. ¿No lo cree?.—contraataque para unirse y ver alguna reacción en aquel cadáver viviente que respiraba y hablaba en el cuerpo de una mujer. En vez de eso se soltó a reír, fue algo bajo, pero logró seguir hablando más y eso era lo que buscaba.

 

—No me haga reir, si la justicia en verdad funcionara, viejo.—se acercó y me detalló con ironía. —Muchos ricachones, politiqueros y asesinos con plata no estarían allí afuera, haciendo de las suyas y comprando a rey mundo y todo el mundo.

 

—Buen punto.—le  atiné a decir, para que siguiera con el relato de su historia y el por qué terminó asesinando a su propio hijo, para lograr conseguir la mayor creación jamás inventada.

 

—Siempre tengo buenos puntos.—volvió a sonreír y miró de nuevo hacia otro lado.—Ya estaba harta de lo mismo, necesitaba hacer algo nuevo, así que me decidí… debía crear un clon humano. Supongo que de eso jamás se habló, pero si lo origine, ya que para ese entonces, tenía un novio y claro una mejor amiga, como en todas las series o películas de universitarios, él me dejo embarazada y terminó yéndose con ella.—de repente su mirada se puso fría y distante.—No sabe cuanto llore, mi habitación no se inundó en lágrimas porque tenía mi laboratorio y una razón para seguir viviendo.—lo pensó y me miró.—La vida que llevaba en mi vientre.

 

«Logre generar la fórmula correcta para la clonación humana, claramente, con el ADN de otra persona, Mario, el único ser en todo el planeta universitario que me hablaba. Me inyecte de inmediato y el bebe, por supuesto, fue creciendo muy rápido, jamás me rendí, presente a tiempo mis trabajos, estuve en clase, claro, con las miradas de chismosos clavadas en mi estómago y las mías en mi exnovio besando a mi ex mejor amiga. Ya le dije, no me interesan esas cosas de romance y felices para siempre, eso no va conmigo, aunque por alguna razón, todas las noches llegaba a llorar más de dos horas a mi habitación y después me quedaba dormida.

 

«Cuando llegó el verano, salimos a las vacaciones del último año, fue una tarde de vientos cálidos y olor a mucha sangre, humedad y fresca que me empapaba cuando rompí fuente, mi hijo nació, en un hospital cercano me atendieron y tuve por fin en mis brazos aquel cuerpecito moreno y velludo, igualito a la única persona que me hablaba. Lo  miré tantas veces, pero no encontraba ninguna razón para amarlo por más que aparentaba y me obligara a hacerlo. Mi padre y madre, claramente, no se lo tomaron tan bien al principio, aunque al ver mis notas tan altas me ayudaron a criar al niño, mientras que me graduaba. Fue tan rápido, que logre presentar finales, tanto como fue que todo quedará revelado y saliera a la luz por culpa de la única persona que me hablaba.

 

—¿Entonces… alguien si sabía que hizo un clon humano?.—pregunte con demasiada inquietud.

 

—Solamente le dije mis planes, pero se burló de mí.—mencionó enfurecida.—No creí que fuera a contarle todo al cegaton del director y este a otro de una clínica muy importante.

 

—No lo entiendo.—estaba más que confundido.—Si usted fue la creadora de su hijo y otras personas lo sabían, ¿por qué jamás se supo sobre…?

 

—Lo vendí.—dijo secamente y con total tranquilidad.—Tuve que vender no solo a mi hijo, sino también ponerle precio a mis experimentos, a mi trabajo y a mi vida.

 

«Me fui a tomar un poco de agua, antes de continuar, ya nos quedaba poco tiempo, más o menos una hora, ya habían pasado dos horas. Por suerte, llevé un termo con pocillo que me regalo mi hermano de cumpleaños, estaba muy fría para esos calores, lo cual me hizo recordar la frialdad con la que se hicieron muchas performances como las de Rudolf Schwarzkogler, demostrando la catarsis con relación a las fuerzas de la naturaleza, el dolor físico de los mártires y la intervención de la magia y divinidad para conocer el más allá.

 

—Ron Athey demostró en sus performances extremas, la exploración de temas desafiantes como deseo, sexualidad y experiencias traumáticas.—la mire y anoté en mi libreta para recordar.—Utilizaba todo lo relacionado con la momificación, santería, budismo y sadismo en la cirugía psíquica.

 

—Mire qué curioso.—agrego de nuevo con ironía.—Jamás había escuchado sobre el brujo que se enfrentó a las políticas de la religiosidad, quizás Jack el Destripador hubiera sentido algo de envidia.

 

—La carne era la clave… lo corpóreo.—dije con más asertividad.—E impactantes al estar tan inmerso en lo sanguinolento.

—No serían tan importantes si todos leyeran La máscara de la muerte roja.—exclama y se coloca la mano a un lado de su cara, para sostenerse sobre la mesa.—Nadie me quita de la boca que la muerte se fía de la enfermedad, con el único propósito, de que no la consideren una asesina, ya sabe, cuando en realidad es más sanguinaria que todos los asesinos del mundo juntos.

 

—Nos queda una hora al parecer.—le recordé o más bien me avisé, mirando mi reloj.

 

—Entonces sigo hablando como lora.—mencionó con orgullo.—Pasaron cinco años, digamos que buenos, pero no para mí y sí que menos para mi hijo clonado. Todos los días, desde que nació, debíamos experimentar con él, analizar cada célula de su cuerpo, pasarlo por cámaras de análisis, inyectarle tubos, examinarlo… bueno, todo un viaje astrológico vivíamos cada día. Hasta que la noche llegaba y podía ser una madre científica fría, no lo niego viejo, siempre supe que no nací para ser madre. Estuve alejada de la criatura mucho más tiempo y solo escuchaba los llamados del laboratorio, en donde comenzó a nacer otra idea que iba más allá de clonar seres para que me pagaran y tenerlos ocultos.

 

«Comencé entonces mis experimentos, planificaciones y demás procesos de manera oculta, pero con una que otra mirada por allí, seguía haciéndole los procesos requeridos a mi hijo, pero luego salía corriendo a la morgue, de allí tomaba los cuerpos anónimos que podría llevar al laboratorio más lejano, en donde, casi llegando al sótano, me encontraba con mi propio espacio y máquinas especialmente avanzadas. Por ciertas razones, me entraron unas ganas de convertirme en el doctor Frankenstein de Mary Shelley y resucitar a un ser compuesto por partes de otros seres muertos, sin embargo, quería mucho más que eso, crear mi propio ser mitad resucitado, junto con partes tecnológicas o robóticas incorporadas.

                                           

 









«Lo  intenté, una y otra, y otra y otra vez, con aquellos cuerpos, pero nada funcionaba, me agobiaba tan solo el pensar que estaba haciendo mal, tanto que más de una vez me descuide y mucho más al niño, quien ya tenía tres años y era más insoportable que nunca. Intente usar diferentes partes humanas, pero era inútil, el cerebro se había apagado demasiado rápido y necesitaba conectarlo en el preciso momento a la máquina para vincular los nervios a cables o partes robóticas necesaria.

 

«Mi primer asesinato fue en las escaleras, era una secretaria que tenía cáncer, a veces pienso que le hice un favor, pero ahora que lo recuerdo, no me interesaba. Fue demasiada la exaltación que viví, estaba frustrada, agotada, cansada, comía muy poco, casi ni iba al baño, estaba muy mal, incluso había descuidado al niño. Seis meses habían pasado, y ni cuenta me di de lo mucho que había crecido “El clonado”, como tanto le decía mientras comía a ratos y volvía a mis labores. 

 

«Ese día fue el más fatídico, puesto que el experimento estuvo a unos segundos de funcionar, pero por el contrario, fue todo un fracaso, puesto que cuando ingrese a la cámara de electricidad, me encontré no solo con el cuerpo de la mujer asesinada prácticamente ausente, sino también con el de un niño de tres años y medio muerto en medio del piso. Casi me caigo al piso a llorar, como lo hice cuando su padre me dejó por la otra, pero no, debía hacer el último intento antes de que reportaran lo sucedido y no pudiera escapar para evitar ir a una cárcel de criminales científicos.

—Marc Quinn en Self, 1991.— agregué al ver que ella estaba perdida en sus recuerdos.—Realizó su propio autorretrato y utilizó cinco litros de su sangre para bañar la pintura.

 

—Hizo una mimesis y transgresión.—dijo con una tristeza, la cual, se notaba como se la comía entera.—Una máscara fría y distante, que te obliga a ser valiente en el preciso momento, al desafiar a lo genético, a través de la tecnología.

 

—Fue así como el arte y poder dieron cabida a lo conocido como tecno política.—aclare con rapidez.—Patricia Piccinini incrementó lo relacionado con procesos mecánicos y biológicos.—esa actividad de alteración de lo físico, claramente, solo en la escultura para dar origen a seres extraños, exagerados y con deformaciones notables.

 

—Yo ya sé eso.—manifestó y me miró con más tormentos en su vida que aciertos.—Por mi parte, el cerebro es un mundo que todos quieren controlar, pero que pocos se atreven para transformar lo humano en algo maquinal.

—El control existe, señora Manu… digo Constanza.— aclaré antes de hacerla enojar de nuevo. 

 

—No solamente al desafiar a la naturaleza, sino también la ética de lo irreparable, al darle vida a lo desconocido, más que todo, por la influencia de las masas, al imponer el orden social que tanto consideran correcto.

 

—Sin embargo, no deja de serlo… viejo.—me confesó con la voz más alta.—Excedí el orden de lo simbólico y derrame la copa del vacío peligroso, que tanto había esperado por ser llenado. Ese día fui más poderosa que la enfermedad o que la muerte misma, sentía angustia, nostalgia, estaba en crisis y no sabía que hacer, pero logré hacerlo, reaccionar a tiempo, cambiar el cuerpo de la mujer por el de mi hijo y darle vida al primer niño robot. Los choques eléctricos fueron estruendosos, era increíble la agilidad de las máquinas enormes trabajando en colocar las partes robóticas y la enorme nanotecnología que utilice en ese momento. Al terminar todo, me acerqué al pequeño e intenté reanimarlo, pero al despertar quiso atacarme y asesinarme, por lo tanto, tuve que pedir ayuda y acudir a mi única solución, apagar su sistema interno. Desde entonces, me trajeron a esta prisión de científicos locos y lo último que supe fue que nadie logró volverlo a activarlo, pero eso sí, tomaron mi grandiosa idea para crear androides con mucha más facilidad.

 

—Al menos usted intentó hacer algo diferente.—confesé para animarla y ayudarla a sobrepasar su situación, cosa que no servía de mucho.

 

—Ellos siempre han tenido el poder en la vida de todos.—terminó diciéndome.—Yo solamente fui una científica ambiciosa que sucumbió a la necesidad. Igual no quita el hecho de que fui una marioneta en toda la situación y al mismo tiempo, la creadora y única capaz de regresar al ser humano a la vida por medio de la robótica.

 

Era el momento, debía hacerle la pregunta que tanto quería que me resolviera desde hace mudo tiempo. Me arriesgué como pude, porque sí anhelaba llevar una buena historia, tenía que tomar todos los análisis más oscuros y presentar el resultado. Ahora que lo pienso, todos somos ambiciosos cuando de nuestra profesión se trata.

 

—¿Cómo logró saber usted si era su hijo?.—dije con mucha curiosidad.—De lo que conozco, las almas no regresan al cuerpo que abandonan.


  


—O tal vez si, señor.—respondió con una sonrisa macabra en su rostro.

 

—Pero, ¿cómo fue posible?.—volví a preguntar demasiado perdido.—No acierta en nada con lo que se conoce sobre cuerpo, alma y muerte, además, me dijo que no recordaba nada, por eso la atacó.

 

—Error. Me atacó porque lo traje de vuelta.—finalizó respondiendo a mi pregunta.—Y por si no lo noto en mi relato, debía establecer el vínculo en el preciso momento, antes de que la última neurona se muriera. Para entonces ya tenía el alma atrapada, como la sombra de Peter Pan, lo que hice fue traerla de nuevo al cuerpo, antes de que se escapara y lo que hizo la robótica fue maquinizar un cuerpo humano, borrar su memoria y darle todas las capacidades de un androide.—reflexiono un momento antes de que pudiera decir palabra alguna y me tomo de la mano. Me asiste demasiado, comencé a temblar y me puse muy frío.—Antes de irse, debe saber que… lo que jamás pude comprobar fue, ¿si el alma del niño realmente se marchó o en el peor de los casos, se quedó atrapada en aquel fenómeno artificial mitad humano y androide?.


     


En ese instante sonó la campana, me solté de un brinco, asustado y consternado, mientras que los guardianes me pidieron que saliera, me despedí de Constanza y jamás volví a verla, aunque si seguí escuchando sobre su curioso caso en muchos de los periódicos nacionales. Al fin y al cabo me decía para mí, «es inevitable que el poder pueda controlar la velocidad luz en la que viaja la información y más si es atrayente para el público, algunas manipuladas, pero todas con aspectos tanto humanos como imposibles de creer».

 

FIN

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Nota de la autora:

Hola a todos, gracias por continuar leyendo mis escritos, espero que los estén disfrutando. Tengo algunas redes sociales relacionadas con la lectura, aquí encuentran reseñas, información sobre libros, novelas, películas, series, relatos y avisos sobre mis nuevos escritos (en la descripción están los enlaces directos).

Espero que comenten que les parece la historia, le den amor y si tienen preguntas estaré atenta para responderlas.

Disfruta de la lectura en mi universo de letras.

Y.J. Riveros.



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