Capítulo 1: La escuela

Entendió muchas cosas en ese pequeño instante, menos el dolor que inundaba su alma y el sueño que la llenaba de inmenso gozo, al fin y al cabo este era su debilidad. Tan solo basto abrir sus ojos para sentir esa pequeña lágrima al caer por su suave y delicado rostro, la cual demostró que su ser era sensible y fuerte a la vez. No quería levantarse, para afrontar de nuevo el mismo camino que seguía y aunque ella quería una cosa, la razón propia la obligaba a olvidar lo que no soportaba y cuidar de aquello que el destino le presentaba.

Su cabeza decía constantemente. «Mercy no vayas a la escuela, olvida la rutina, se libre, sigue tu propio camino» y aunque tenía el derecho a escucharse a sí misma, también tenía el deber de olvidar a su conciencia, aunque sonara por dentro de sí como un golpecito anhelado que venía del subconsciente, aquel que suele engañar sin escatimar la realidad. Pero así debía ser su día a día y sabía que podían quitarle su opinión, más nunca ella misma se limitaría a luchar por lo que sentía.

—¡Mercedes levántate, ya es hora de ir a la escuela!.—gritó una voz que resonaba en su cabeza una y otra vez, como el sonido de las campanas de una iglesia cuando da la hora de la ceremonia.

Al colocar sus pies en su pequeña alfombra se dio cuenta de que pisaba tierra y que su dolor permanecía en un simple sueño. Pero no quería decir que este iba a estar ausente todo el tiempo que ella dispusiera para evitarlo. Detalló su grande y fina habitación, todo estaba en su lugar y bien arreglado, adoraba el color que la rodeaba. El morado pálido hacía juego con sus gustos, sintió que el suelo estaba frío, así que iba a tomar las sandalias de peluche que estaban diagonal a ella, pero tomó las chanclas para darse una ducha antes de ir a la escuela.

Sintió el agua helada, así que no tomó mucho tiempo, agarró su uniforme colgado al lado y no se preocupó por ver lo que llevaba puesto todos los días, así que se dirigió al espejo y peinó sus rizos deformes, con ayuda del secador sacó un mechón de cabello a cada extremo, nunca le interesó el maquillarse así que divisó su presentación. Pero vio una niña delgada, de piel trigueña y ojos negros, muy oscuros, con algo de belleza en su rostro, pero que ignoraba aquello que según su perspectiva nunca había importado y menos cuando se llevaba un uniforme de falda de cuadros y camisa manga larga que casi ni la dejaba respirar, lo único llamativo era el botón con el emblema de su escuela, al fijarse al ver la hora en su reloj dorado de pared, se dio cuenta de que el tiempo no iba a su favor.

Tomó las medias largas de malla y los zapatos colegiales bien pulidos y preparados, mientras se los colocaba pensaba en lo bello y elegante que era su reloj, su ropa y su vida, pero era aquello a lo que menos prestaba atención, ya que había momentos en los que ni mucha riqueza junta podían aliviar el dolor del pasado y la triste realidad de su posición. Ya preparada con su bolso aterciopelado, no logró idearse nada hasta cerrar la puerta y descubrir aquel pequeño que no dejaba de mirarla.

—¿Qué haces ahí en el suelo?.—le preguntó agachando su mirada y tomando los dos brazos del bolso que daban con sus hombros.

—Esperarte, ¿estás lista?.—decía tartamudeando muy mal, tanto que aprecia más un balbuceo.

—No te entiendo, pero veo que a ti te falta una arregladita de cabello, ven levántate, vamos a terminar.—tomándolo de los brazos, lo levantó y condujo a su habitación para prepararlo bien. Mientras lo peinaba observaba aquel niño de siete años, de estatura baja, pelo negro y de piel blanca con ojos azulados, que no dejaba de moverse y jugar con sus pequeños carros. Amaba Los carros, tanto que su habitación estaba algo más colorida que la suya.

—Quédate quieto Michael.

—En un momento.—pero mientras más le decía menos le hacía caso. A veces solía quedarse petrificado, mirando a la nada y otras solo se iba a otra parte sin razón alguna.

—Prométeme que vas a hablar más hoy en clase. —le recomendó mirándolo a la cara y señalándole con el dedo meñique que debía hacer una promesa.

—Siempre lo hago.—decía con sus manitas mientras deletrea o a veces simbolizaba de una vez las acciones. Después únicamente se iba de nuevo a otra parte, no le agradaba mucho estar en una conversación, para nada.

—No es lo que me dicen.

—Tal vez te lo dicen mal.—no era verdad, ya que la maestra había hablado cientos de veces con su tía y siempre era lo mismo, no estaba bien juzgar a su primo, pero siempre colocaba su problema de discapacidad auditiva para no hablar en clase, no tener amigos y ni siquiera dirigirles la palabra a veces.

—No olvides tu audífono.

—Oh, sí.—al tomarlo se lo colocó muy rápido.—Te prometo hacerlo, algún día...—le decía con sus manos, las cuales prefería usar para su comodidad.

—Y yo te prometo llevarte en mi carro preferido.

—Pero si no tienes.

—Pues ya tengo.—tomándolo de un abrazo, le invitó a subirse a su espalda para jugar a caballitos, para nunca terminar la alegría que tanto vivían. En toda la casa se escuchaban sus risas, en un momento todo era luz y esperanza, tal vez debía ser así siempre, pero como nada es eterno no vieron venir el tiempo y sí que menos a su tía Kate.

—¡Mercy, por todos los cielos!... bájalo, no ves la hora que es.—se acercó a ellos una mujer alta de cabello negro, piel blanca pálida, algo tersa, y ojos oscuros, con un traje muy elegante negro como de institutriz o más bien de instructora algo disgustada.

—Solo juega...

—Ni una palabra más, acaso quieres ocasionar otro accidente.—aunque sabía a qué se refería su tía, no lograba entender por qué tenía un comportamiento tan inflexible con su familia y a veces llegaba a pensar. «¿Michael será su hijo u otro sobrino adoptivo?».

Aunque su tía Kate estaba con ellos, parecía más bien ser su institutriz que su única familia, caminaron juntos hasta el comedor donde los esperaba un suculento desayuno preparado por Carol, la encargada de los quehaceres y deberes. Mercy observó su caldo con arepa, huevo, pan, queso, jugo de naranja y café, además de la canasta de frutas en frente, realmente su apetito se hacía menor cada día, así que era prudente con la comida. Después se sentó delicadamente en la silla esquinera, la tía Kate se dispuso a anunciar.

—Muy bien, ahora les voy a dar un comunicado de su abuela, quien espera el mejor de los comportamientos por parte de ustedes.—mencionó tomando de una bandeja plateada el sobre blanco despacio con la dirección escrita enfrente.

—¿Cómo se encuentra de salud?.—preguntó Mercy con ganas de saber el por qué hace una semana que no sabían nada de ella.

—Ya lo sabrás querida, ahora escuchen y terminen de desayunar.—así tomó un sobre que tenía y lo abrió lentamente, aclarándose primero la garganta para comenzar a leer la nota.

"Queridos nietos,

Mis más sinceros saludos y bendiciones, espero que estén muy felices y todo transcurra con total normalidad, mi salud ha mejorado, así que estaré con ustedes en cuestión de dos días, les tengo muchos regalos y temas que adelantar, los extraño y les envío un abrazo.

Atentamente, Selena Adams".

                                                                                      ...

Después de haber escuchado aquellas palabras, Mercy no dejaba de pensar mientras iban en el carro hacia la escuela, así como tampoco pudo evitar escuchar al chofer que hablaba como con un guardaespaldas nuevo sobre la llegada de su abuela.

Mientras Michael jugaba a subir y bajar la ventana, dispuso su atención en la ciudad, París era hermosa, claro, antes de que aumentara la población, era una situación que no valía la pena recordar, pero que la niebla había tapado durante un tiempo, las calles de su adorada ciudad eran solitarias y desiertas, alcanzo a notar algunos árboles con sus hojas secas que tenían anuncios sobre los riesgos de salir, todos trabajaban en sus hogares y no muchos salían para evitar accidentes, por eso exponer el peligro era la mejor estrategia para contagiar a todos del interminable miedo. Al llegar a la escuela "Formative Girls" para niñas entendió que ahora sí comenzaba su día aburrido, bajó del auto y se dirigió a la ventana de al lado.

—Prométeme hablar más hoy, Michael.—le decía en lengua de señas.

—Ya te lo prometí.—manifestó sin siquiera mover su rostro hacia ella.

—Usa el audífono y no olvides que eres grandioso y talentoso.

—Está bien.—en el fondo, tanto el chofer como Mercy reconocían que al niño solo le interesaban las situaciones que lo alarmaran y detestaba los halagos, incluidas las motivaciones aburridas e innecesarias.

—Me voy enton...

—Mercy, solamente déjame en paz y diviértete un poco quieres.—la miro de reojo y después únicamente miro al frente y no pudo evitar soltar una pequeña risa.

En eso el carro arrancó con ruta a la escuela primaria "Grange Du Louvre", en ese instante en el que su mundo no pudo evitar despedirse de la nada.—Adiós, pequeño... cuídate.—Al entrar a la institución se dio cuenta del gran cambio que había en el pensamiento de todos, aunque muchos le temían otros la admiraban por su flexibilidad y formación bien estricta de señoritas. A su alrededor parecía un bello lugar para caminar por el andén, con su color rosado con azul marino, pero por dentro era como una gran fortaleza antigua regida por monjas amables, llena de pasillos y objetos antiguos muy bien conservados y aunque por decreto debía permanecer así, la limpieza era constante.



—¡Mercy!, ¡Mercy!, ¡Mercedes!... —era una voz algo forzada y a la vez ya reconocida, era Christa, su mejor amiga desde que tenía memoria o más bien desde que estudiaban juntas.

—Espero que la prisa valga un buen chisme Christa.—no le agradaba mucho que la llamaran por su nombre completo, se sentía extraño, igual su mejor amiga era un caso aparte, ya que al escucharlo la acercaba más a la tierra donde había nacido.

—Por supuesto, si lo digo yo, además anímate, ninguna de ellas le prestaría un mínimo de atención a mis novedades.—tenía razón y más porque detallaba que su apariencia se acercaba más a la de una adolescente que la de ella, su cabello liso largo y su cara angelical, con percepciones poco críticas, pero que admiraba por el simple hecho devenir de sus vivencias.

—No me digas que volviste a salir ayer. —la regañó sin dudar, puesto que uno de lospequeñoss defectos que solía ignorar Mercy eran sus prejuicios, además de sus cambios repentinos de personalidad.

—Sí, y a que no sabes con quién.—resopló Christa y luego cruzaron por el pasillo para seguir a los salones.

—Créeme no quiero saber.—en ese instante sonó la campana y Mercy dentro corriendo para que Christa no le hablará de otro de sus tantos amores de citas con... respiró un poco mientras caminaba, pero era rápida.—Vamos, hay que ir a clase.

—Tú lo conoces perfectamente, mientras subían las escaleras la conversación se agitaba.—Su nombre... se llama...

—Señoritas van retrasadas, hace rato que ya comenzó la clase!.—les indicaba la maestra Adélaide. Mientras entraban, Christa se acercó al oído de Mercy y su mundo se volteó en un instante.

—Salí con Ender.—de repente el rostro de su amiga se calmó e ingreso al salón con normalidad, mientras que Mercy se encontraba en un estado de pausa, quieta y sin entender mientras caminaba. «¿Por qué él?». Se preguntó en todas las clases, porque preciso con su vecino, quien también era como su amigo, quería evitar pensar en aquello, así que se propuso prestara atención a la clase, primero de idiomas, aunque sabía muy bien hablar francés, con el tiempo aprendió inglés y lo que tuvo siempre desde que nació fue el idioma español, siendo su marca de por vida. Siguió la clase de matemáticas y de último la de historia, en la que hablaron del tema que preciso no quería recordar.

—Niñas... ¿Alguna recuerda la separación de América?.—todas se miraron, ya que sabían la historia más, no por qué no la dejaban de repetir.—Como ya saben desde la guerra entre las antiguas naciones de Estados Unidos, Rusia y Corea del Norte, nada volvió a ser igual por estos lados, puesto que el hombre sabe crear la guerra más no la solución y sí que menos lidiar con las consecuencias que trajo consigo lo que nunca logramos detener... van a realizar un trabajo en equipo sobre las consecuencias y el lunes lo entregarán a primera hora. Y así comenzó la discusión por culpa de una antigua guerra sin fin.

—La muerte de muchos civiles inocentes.—exclamó Christa.

—La migración de muchos americanos a nuestro continente.—contribuyó una chica con lentes y baja que iba en frente suyo, más nunca se hablaba con ella.

—Y la sobrepoblación que vivimos.—dijo la chica que iba al lado suyo.

—Muy bien, esas fueron algunas consecuencias.—seguía explicando la profesora mientras que caminaba de un lado a otro del salón. Su estatura alta, elegante vestido blanco con chaqueta morada y una coleta alta le favorecían a su cabello y ojos castaños oscuros. Luego en el tablero hizo un mapa especificando los antiguos nombres y nuevos de los territorios de los viejos cinco y ahora nuevos tres continentes.

—¿Y qué ocurrió con América... desapareció acaso?.—preguntó Mercy con demasiada curiosidad, como si de la nada aquel mapa dibujado le hablara desde otro espacio u otra vida que ya no estaba presente.

—Todo lo contrario.—respondió Isabella. Aunque era muy linda, se veía algo cansada y frustrada, además que nunca hablaba.

—¿Qué quiere decir?.—preguntó después, cuando la diviso, sentía que su mirada la estaba aplastando, pero no temía a ella sino a lo que iba a decir.

—Todos sabemos que lo poco que quedo de la antigua América ahora solo son sobras que se convirtieron en instituciones como cárceles y reformatorios, además que los pocos que quedaron mueren de hambre o por alguna enfermedad, ir a ese continente al que ahora llaman Orión es sentenciarse a muerte, porque condenados siempre estuvimos, pagando aquello delo que algún día nos libramos... y por eso crearon un nuevo continente llamado Helios, claro con un país más independiente y central para los otros, Francia.

—No te olvides de Mantis, las tierras olvidadas.—sugirió la profesora con mucho entusiasmo mientras detallaba el estado de su estudiante.

—Donde se ocultan los antiguos sabios.—respondió otra de las niñas.

—No, dicen que solamente son tierras olvidadas en las que están antiguos hechiceros, animales salvajes o lo que queda de los mitológicos... —dejo salir Christa algo eufórica. Algunas se rieron un poco, aunque ese instante sonó la campana y Mercy no podía evitar pensar en lo que Isabella había dicho, cuando salía no le quito la mirada tan fría que tenía puesta en ella, así que se apresuró, no solo por eso, sino porque sabía que Christa iba a hablar de nuevo sobre Ender y era un tema que no cabía en su cabeza. Salió rápido de la escuela y sin suponerlo comenzó su camino sola. Mientras más caminaba, las casas eran menos visibles. La niebla se hacía notar más, aun así escucho el sonido de pasos. Se dio cuenta de que alguien venía detrás de ella.

—¿Por qué me sigues?.—no tenía ánimo de estar acompañada, pero aun así se obligaba a buscar algo más, eso que hasta ahora estaba comprendiendo.

—Tenemos que hablar.—dijo la voz detrás de ella, era Christa.—¿Por qué te fuiste así sin despedirte o hablarme?.

—¿Por qué?, no entiendo, siempre estás con rodeos y eso me confunde.—de nuevo sentía una confusión que no la dejaba decir lo que esperaban otros.

—Si es sobre Ender...

—Es sobre todo... ¿por qué no me dijiste que era él?.—estaba perdiendo el juicio, que le importaba a ella lo que ocurriera con un chico, jamás de los jamases iba a abandonarse por nadie.

—Mercy... ¿acaso te gusta?.

—Claro que no.—en realidad eso no importaba mucho o más bien si, bueno, el caso era que siempre que hablaban sobre él se tallaba en su amistad una marca de amor de la que aún no quería saber nada.

—Pues que mal porque a él si le gustas. —algo que no comprendía era como las personas en la actualidad podían hablar de un sentimiento como el amor y no ruborizarse como ella, temblar o tan solo dejarlo pasar y ya.

—¿Juegas conmigo verdad?.

—Es en serio, siempre, la forma como te mira, siempre te busca y hablan todo el tiempo, por eso lo apoye para que al fin te dijera lo que siente.—en ese instante Mercy quedó bloqueada, no únicamente por lo que había escuchado, sino por lo que veía en la esquina diagonal a ellas, era un hombre alto con traje, gafas, cabello negro y rostro blanco como la leche.

—Tienes...

—Cállate Christa y corre. —se bloqueó, lo que hace un momento la hacía temblar por escuchar sobre un raro enamoramiento, ahora la hacía reaccionar con el mayor miedo posible.

—Mercy... ¿qué pasa?.—en ese momento ella voltea su vista y observa cómo el hombre sea cercaba a ellas. Sin pensarlo se toman de la mano y salen corriendo.—No te detengas Mercy. —corrían sin parar por calles inhabitadas, solitarias, cruzaban varias esquinas e intentaban mantener sus pies firmes en la acera por si debían tocar en alguna de aquellas casas antiguas.

—No te detengas por nada del mundo.

—¿Nos está siguiendo?.

—No lo creo.—le decía con una cara de asombro y susto, sus cabellos chocaban en el aire, aparecían cada vez más escaleras en los andenes, pasaron rápido por el puente subterráneo y salieron a la avenida. Les dio escalofrío esa oscuridad, pero no se demoraron mucho. Cuando voltearon el hombre estaba ahí mirándolas sigilosamente, entonces siguió avanzando. Estaban muy agitadas y casi ni podían contener la respiración, sentían que el corazón se les iba a salir del pecho. Cuando llegaron a la autopista donde había más gente y alguno que otro automóvil no pudieron evitar atravesarse a alguno saliendo vivas gracias a los reflejos. Miraron de nuevo si venía, pero ya no había rastro de aquel extraño, caminaron hasta la casa de Mercy sin mencionar ni una sola palabra. Al llegar miraron si había alguien siguiéndolas a cada instante.



—No vayas a decir que nos querían robar, a nadie.—menciona Christa con muchas preguntas en su mente mientras que se tocaba las rodillas, respiraba muy rápido y sacaba su termo rosado con puntos brillantes para beber agua.

—No te preocupes, aunque parecía más un espía que un ladrón.—dijo pensando con mucha preocupacion y angustia Mercy, puesto que eso nunca les había pasado, había que ser muy valiente para perseguir a dos niñas de familias importantes. A no ser que fueran de una organización superior, capaz de controlar las cámaras que rellenaban a toda la ciudad.

—¿Dices que alguien te vigila?.

—No estoy segura, solamente olvidémoslo quieres.—estaba muy cansada de todos esos cambios que la hacían sulfurar.

—Está bien, eso sí, no dejes ir a tu chico Merceditas.

—No me molestes con eso, además no me digas así, que pereza con el tema de los novios, es una perdida de tiempo.

—Amiga él te quiere, dale una oportunidad, además nunca has salido con nadie.

—Salgo contigo.

—Si, pero no es lo mismo.

—Adiós Christa.—decía mientras abría la reja automática, entraba al jardín y posteriormente ala mansión.

—Ignórame, peroo algún día te enamorarás y tendrás una amiga que te adora dispuesta a escucharte.—logro de nuevo despertarla de aquel éxtasis de sueño, miedo y extraño sentimiento mientras la puerta se cerraba sola. Al ingresar a su casa, notaba como su amiga se alejaba, y pensaba en todo lo que le había contado, pero más en lo que había sucedido, no era normal que se obligara a callar solamente por ser discreta, pero aun así se cuestionó mucho sobre lo que debía afrontar en esos días, ya que sus sentimientos por primera vez iban a ser desafiados.

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Nota de la autora:

Hola a todos, gracias por continuar leyendo mis escritos, espero que los estén disfrutando. Tengo algunas redes sociales relacionadas con la lectura, aquí encuentran reseñas, información sobre libros, novelas, películas, series, relatos y avisos sobre mis nuevos escritos (en la descripción están los enlaces directos).

Espero que comenten que les parece la historia, le den amor y si tienen preguntas estaré atenta para responderlas.

Disfruta de la lectura en mi universo de letras.

Y.J. Riveros.

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